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¿Por qué no volver a la anonimia, esa noción romántica y popular, o a prácticas análogas o similares, como el apócrifo, la falsificación, la heteronimia, el vehículo, la inspiración? Más allá de nuestra resistencia contra dicta(mina)dores y su régimen de dominación académica, firmemente asentados en las universidades, con sus mercantilismos y censuras académicas y políticas, propensas al punitivismo y a la “cancelación”, enemigas de la experimentación, del conflicto, de la ambigüedad y la hibridez, de la complejidad, del lenguaje ordinario y de la imaginación —más allá, nos preguntamos: ¿por qué no volver a la anonimia, al apócrifo, a la indeferenciación, a la heteronimia, al médium, al vehículo, al inspirado, al chamán? ¿Y en términos de lo interminable, a los ciclos sin-fin, a los corsi e recorsi de la revolución?

 

No hay noción más inútil que la de autor, y antes de ella la noción de persona —a menos que remita a prósōpon, la máscara ritual—. No nos identificamos personalmente con los textos que escribimos, si no los negamos. Preferimos continuar, como escribía Foucault. O como señalaba, a finales del siglo xix, el anarquista peruano Manuel González Prada:

 

"¿Identidad del individuo? Quimera: no somos un hombre idéntico, sino muchos hombres [o mujeres: Malatesta] sucesivos. En lo profundo de nuestro ser, todos hemos visto nacer y morir muchas personalidades, todos representamos una larga cadena de individuos diversos y aun contradictorios. Una personalidad nace donde otras murieron ayer: cada uno de nosotros quedaría figurado exactamente por una cuna circundada de sepulcros"

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